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Sobreviviremos, como el monte Ararat

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  • Sobreviviremos, como el monte Ararat

    Proceso , Mexico
    24 abril 2014

    Sobreviviremos, como el monte Ararat

    Tomás Domínguez
    24 de abril de 2014


    Durante décadas, Champartzoum Madiros Chitjian conservó intacta la
    memoria del charrt (genocidio) armenio que, entre 1915 y 1923 acabó
    con un millón y medio de sus compatriotas. Él tenía 74 años cuando
    empezó a escribir su libro Al filo de la muerte. Las memorias de
    Hampartzoum Madiros Chitjian, sobreviviente del genocidio armenio
    (Ficticia, AIP-PEN-KIM ediciones, México, 507 p.), que comenzó a
    circular en marzo pasado. Tardó 25 años en terminarlo. Hoy podemos
    leer ese capítulo oprobioso de la matanza de armenios que iniciaron
    las tropas turcas el 24 de abril de 1915.

    MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Los gemelos Kaspar y Hampartzoum
    Madiros Chitjian nacieron al amanecer del siglo XX, en 1901, en un día
    incierto. El primero solía celebrar su cumpleaños el 6 de enero; el
    segundo lo hacía después de la semana de pascua. Ninguno de los dos
    recordaba la fecha exacta de su nacimiento. Eran armenios oriundos de
    la ciudad de Perri, provincia de Kharpert, no lejos del mítico monte
    Ararat, donde cohabitaban con kurdos y turcos.

    Tenían 14 años cuando, el 24 de abril de 1915, las tropas turcas
    iniciaron la agresión sistemática contra el pueblo armenio. La
    barbarie se prolongó durante seis años, al cabo de los cuales su
    comunidad de 800 familias desapareció; sólo sobrevivieron algunas
    decenas de habitantes, entre ellos los hermanos Chitjiar.

    La mayoría de sus compatriotas emprendieron el éxodo y dejaron todo,
    excepto la memoria, herida por el charrt, el genocidio infligido por
    los soldados turcos cuya máxima era exterminarlos, en un vano intento
    de desaparecer la milenaria cultura de los armenios.

    A 99 años de ese genocidio -el primero del siglo XX, en el que fueron
    masacrados un millón y medio de armenios- aún lacera a los herederos
    de las víctimas, sobre todo porque el Estado turco se niega a
    reconocer la matanza. Hace 10 años, en diciembre de 2004, el gobierno
    de Estambul llevó incluso a juicio al escritor Ohan Pamuk, el Premio
    Nobel de Literatura 2006, por declarar a un diario suizo que "en
    Turquía mataron a un millón de armenios y a 30 mil kurdos".

    Las autoridades acusaron a Pamuk de "insultar y debilitar la identidad
    turca". Eran los tiempos en los que el gobierno de Estambul tocaba las
    puertas de la Unión Europea; buscaba la modernidad y veía hacia a
    Occidente, pero ocultaba el inolvidable charrt que inauguró el siglo
    XX.



    El testimonio



    Los gemelos Chitjian lograron sobrevivir. Durante meses deambularon
    por la zona, con la esperanza de que en la ciudad de Bolis -la actual
    Estambul- sus paisanos o conocidos les dieran noticia de sus
    familiares radicados en Estados Unidos y les enviaran el pasaporte
    para viajar a ese país.

    Casi todos los armenios tenían parientes allá, sobre todo varones,
    quienes habían huido de sus pueblos para evitar que el ejército turco
    los enrolara. Kaspar y Champarzoum Madiros se separaron, cada quien
    siguió su itinerario. Tardaron lustros en reencontrarse en el exilio
    estadunidense para recomponer la vida y volver a tejer el memorial de
    agravios por parte de los turcos.

    Champartzoum Madiros tomó la iniciativa y en 1975, a los 74 años,
    empezó a reconstruir la historia de su pueblo. Tardó 25 años en dar
    forma a su libro, cuya versión en inglés comenzó a circular en 2003 en
    Estados Unidos. Ahora, gracias a la comunidad armenia avecindada en
    México, contamos con la traducción al español de ese volumen titulado
    Al filo de la muerte. Las memorias de Hampartzoum Madiros Chitjian,
    sobreviviente del genocidio armenio (Ficticia, AIP-PEN-KIM ediciones,
    México, 507 p.), que comenzó a difundirse en marzo pasado.

    En su libro de edición restringida -sólo mil ejemplares- Hampartzoum
    Mardiros plasma su visión retrospectiva del paraíso perdido. Menciona
    los caseríos, montañas, ríos, acantilados, iglesias, molinos; también
    el aire que respiró en su infancia y adolescencia, los cantos, la
    vestimenta, la comida, pero también las ruinas, los cadáveres; todo
    ese universo congelado, intacto, en su memoria.

    Su lucha es contra el olvido; su búsqueda, la preservación de las
    tradiciones armenias, incluida su religión, el cristianismo. Sabe que
    cualquier pueblo desarraigado debe reivindicar sus orígenes; puede
    despojársele de su tierra, de su patria, pero nunca de su pasado, que
    está hecho de recuerdos, memoria viva, testimonios.

    Escribe Champartzoum:

    "Cuando me encuentre cara a cara con Dios, le preguntaré: '¿cuál fue
    nuestro crimen? ¿Qué habíamos hecho a tan tierna edad para merecer
    esto? ¡Apenas tenía 14 años! Ese preciso momento fue la diferencia
    entre la vida y la muerte para mí. Al ir corriendo tan rápido como
    podía, prefería encontrarme a un turco que tuviera corazón que al
    mismo Jesús que nos había abandonado de forma tan absoluta"

    Ese singular viaje a la infancia del autor lo recorre la indignación,
    un grito que hiere: "Mi mundo y mi corazón no podían comprenderlo. Las
    enormes y destructivas consecuencias son tan incomprensibles ahora
    (2002) como eran entonces (1914)".

    Más: "Me había quedado petrificado, quería vomitar. Tenía apenas 14
    años. Mi inocente cerebro se negaba a aceptar la profunda crueldad de
    los actos bárbaros que los seres humanos son capaces de infligir en
    otros.

    "... No podía derramar siquiera una lágrima. Sentía un dolor intenso.
    Dentro de mí, mi alma lloraba desconsolada, preguntándose '¿dónde está
    Dios? ¿Por qué?'".



    Memoria herida, itinerarios



    Historia-silencio; memoria-grito, horror-testimonio; vacío-escritura;
    sombras-vida. Itinerarios accidentados, desapego, resistencia; fuga
    sin fin por geografías accidentadas, ese es el microcosmos desde el
    cual Champartzoum Mardiros dibuja su mundo perdido.

    Experiencia inenarrable, y sin embargo ahí está:

    "Era el inicio del verano de 1917 y durante dos años y medio había
    vivido como un perro perseguido, siempre intentando encontrar un alma
    con conciencia que disipara mis temores de ser torturado y matado sin
    piedad. El continuo aullar melancólico de los perros y su añoranza y
    sus añoranzas por sus amados dueños ahondaba aún más estas
    sensaciones. También ellos estaban buscando comida y temían morir de
    hambre. Su llanto todavía retumba en mis oídos. ¿Cómo podría olvidar
    todo lo que viví?"

    La barbarie, la complicidad, la intolerancia, la indignación. Sigue
    Champartzoum Mardiros:

    "88 años después (de la matanza de millón y medio de armenios) aún no
    termino de comprender cómo se le permitió a un gobierno tan
    evidentemente enloquecido y cruel llevar a cabo tales crímenes cuando
    había varios superpoderes del mundo, supuestamente civilizados,
    involucrados. Ellos fueron testigos de los terribles crímenes que se
    cometieron, pero le permitieron a los turcos salirse con la suya sin
    ser juzgados por sus actos. ¿Dónde están las naciones cristianas?
    ¿Dónde están hoy? ¿Dónde están los que supuestamente defienden los
    derechos humanos? ¿Dónde está la verdad? ¡Mentiras, mentiras y más
    mentiras! Todo es una mentira".

    Durante seis años Champartzoum Mardiros soportó la tragedia
    desplazándose de una ciudad a otra sin saber de su familia. Recorrió
    media Turquía hasta que cruzó la frontera con Irán y se internó en la
    ciudad de Tabriz, donde, para su desencanto, la situación empeoró. Ahí
    vio cómo los soldados armenios desfilaban, derrotados.

    Buscó a su familia hasta que la localizó y pudo obtener el suficiente
    dinero para desplazarse hacia Beirut y desde ahí volar hacia Los
    Ángeles, Estados Unidos, para encontrarse con sus hermanos en 1923,
    apenas terminada la barbarie de armenios en Turquía. Y lo logró, por
    lo que tuvo que desplazarse a la Ciudad de México, donde residió 10
    años, antes de regresar definitivamente a Estados Unidos.

    Aquí se convirtió en un próspero comerciante y se casó con una
    armenia llamada Ovsanna, de la provincia de Malatya, con quien procreó
    dos hijos: Zaruhy y Mardiros, Mardig. Así como en Turquía fue apoyado
    por el doctor Mikahil Hagopian y el arzobispo Melik Tankian; en Irán
    por el kurdo Kiud Mekhitarian, en la Ciudad de México lo protegió
    Gabriel Babayán, el primer armenio que llegó a nuestro país.

    Y aun cuando escribió que los 10 años que vivió en la Ciudad de México
    fueron los más felices de su vida, Champartzoum decidió irse a Estados
    Unidos a recomponer su vida y reencontrarse con sus hermanos. Allá
    experimentó otro desencanto: el charrt blanco, cuando su hijo Mardig
    se casó con una estadunidense. Le resultó difícil aceptar ese
    matrimonio pues, decía, la asimilación rompe con la tradición de los
    armenios:

    "En una generación, se había logrado una total asimilación al mundo
    odar (no armenio). Habíamos logrado escapar al sangriento y salvaje
    charrt de 1915. Ahora ambos habíamos quedado heridos emocionalmente
    por la asimilación: ¡el charrt blanco! No hay forma de huir del charrt
    blanco. Si se lo permite, el charrt blanco finalmente logrará cumplir
    las aspiraciones de los salvajes y bárbaros turcos. ¿Nuestros jóvenes
    deben entender esto!"

    Duro golpe si se considera que él mismo expone en su libro:

    "La mayoría de los armenios hacen grandes progresos como armenios y al
    mismo tiempo son ciudadanos productivos y respetuosos de la ley de
    cualquier país en el mundo en que viven. En un mundo globalizado, el
    concepto de mosaico es un concepto más prudente que el de crisol".

    Son las tribulaciones, las dudas, en este doloroso ejercicio de
    memoria. Mardig murió en 1954. La vida sigue. Champatzoum Mardiros
    tuvo tiempo de reconciliarse con el mundo. En 1968, por ejemplo,
    acalló el grito que lo acompañó durante décadas por el abandono de la
    iglesia.

    Ese año, el obispo Catholicos Vaskeen I visitó Los Ángeles a oficiar
    una ceremonia en el santuario más grande de la ciudad, pero se negó a
    entrar en el tempo donde había una media luna y una estrella, símbolos
    del oprobio turco.

    "¡Siguió lo que le dijo su corazón y honró sus convicciones básicas!
    Su reacción vale un millón. Fue el primer clérigo que yo conocí que
    pidió públicamente venganza por su pueblo", expuso Champartzoum
    Mardiros.

    Al año siguiente, el autor de Al filo de la muerte viajó a la URSS y
    visitó parte de la comarca armenia donde vivió sus primera dos
    décadas. El paisaje y la gente revivieron el pasado y abrieron sus
    heridas. Pero él siguió.

    En 1975, cuando su hija Zaruhy comenzó a dar clases en Los Ángeles,
    finalmente Champartzoum Mardiros comenzó a escribir sus memorias. En
    el camino murieron también Bredros, su hermano mayor, su gemelo Kaspar
    y su esposa Ovsanna.

    En una recapitulación, el autor escribe, desconcertado por las trampas
    que juega la memoria:

    "Una tarde, a mediados de 1990, visité al padre de María Najarian en
    el hospital armenio de Convalecencias de Ararat en Mission Hills,
    California. Nació en Vasgerd, pero durante muchos años después del
    charrt vivió con los kurdos en Kharpert. También él

    Había olvidado su armenio y sólo hablaba en lengua kurda.

    "Me di cuenta de que era más capaz de recordar nuestro pasado horrible
    en kurdo que en armenio. Aunque yo nunca aprendí a hablar en kurdo,
    comencé a cantarle una canción kurda que recordaba vagamente. En
    cuestión de segundos se unió a mí ¡ambos tuvimos un bello momento
    recordando nuestro pasado!"

    Hoy, a 99 años del charrt armenio, siguen siendo válidas las palabras
    de Champartzoum Mardiros: "Los armenios de todo el mundo tienen una
    herida que no se curará hasta que se logre justicia. ¿Dónde está
    Dios?"

    Y también esta gozosa reivindicación: "Al igual que el monte Ararat,
    hemos sobrevivido a la prueba del tiempo y seguiremos haciéndolo".

    http://www.proceso.com.mx/?p=370525



    From: Emil Lazarian | Ararat NewsPress
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