Proceso , Mexico
24 abril 2014
Sobreviviremos, como el monte Ararat
Tomás Domínguez
24 de abril de 2014
Durante décadas, Champartzoum Madiros Chitjian conservó intacta la
memoria del charrt (genocidio) armenio que, entre 1915 y 1923 acabó
con un millón y medio de sus compatriotas. Él tenía 74 años cuando
empezó a escribir su libro Al filo de la muerte. Las memorias de
Hampartzoum Madiros Chitjian, sobreviviente del genocidio armenio
(Ficticia, AIP-PEN-KIM ediciones, México, 507 p.), que comenzó a
circular en marzo pasado. Tardó 25 años en terminarlo. Hoy podemos
leer ese capítulo oprobioso de la matanza de armenios que iniciaron
las tropas turcas el 24 de abril de 1915.
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Los gemelos Kaspar y Hampartzoum
Madiros Chitjian nacieron al amanecer del siglo XX, en 1901, en un día
incierto. El primero solía celebrar su cumpleaños el 6 de enero; el
segundo lo hacía después de la semana de pascua. Ninguno de los dos
recordaba la fecha exacta de su nacimiento. Eran armenios oriundos de
la ciudad de Perri, provincia de Kharpert, no lejos del mítico monte
Ararat, donde cohabitaban con kurdos y turcos.
Tenían 14 años cuando, el 24 de abril de 1915, las tropas turcas
iniciaron la agresión sistemática contra el pueblo armenio. La
barbarie se prolongó durante seis años, al cabo de los cuales su
comunidad de 800 familias desapareció; sólo sobrevivieron algunas
decenas de habitantes, entre ellos los hermanos Chitjiar.
La mayoría de sus compatriotas emprendieron el éxodo y dejaron todo,
excepto la memoria, herida por el charrt, el genocidio infligido por
los soldados turcos cuya máxima era exterminarlos, en un vano intento
de desaparecer la milenaria cultura de los armenios.
A 99 años de ese genocidio -el primero del siglo XX, en el que fueron
masacrados un millón y medio de armenios- aún lacera a los herederos
de las víctimas, sobre todo porque el Estado turco se niega a
reconocer la matanza. Hace 10 años, en diciembre de 2004, el gobierno
de Estambul llevó incluso a juicio al escritor Ohan Pamuk, el Premio
Nobel de Literatura 2006, por declarar a un diario suizo que "en
Turquía mataron a un millón de armenios y a 30 mil kurdos".
Las autoridades acusaron a Pamuk de "insultar y debilitar la identidad
turca". Eran los tiempos en los que el gobierno de Estambul tocaba las
puertas de la Unión Europea; buscaba la modernidad y veía hacia a
Occidente, pero ocultaba el inolvidable charrt que inauguró el siglo
XX.
El testimonio
Los gemelos Chitjian lograron sobrevivir. Durante meses deambularon
por la zona, con la esperanza de que en la ciudad de Bolis -la actual
Estambul- sus paisanos o conocidos les dieran noticia de sus
familiares radicados en Estados Unidos y les enviaran el pasaporte
para viajar a ese país.
Casi todos los armenios tenían parientes allá, sobre todo varones,
quienes habían huido de sus pueblos para evitar que el ejército turco
los enrolara. Kaspar y Champarzoum Madiros se separaron, cada quien
siguió su itinerario. Tardaron lustros en reencontrarse en el exilio
estadunidense para recomponer la vida y volver a tejer el memorial de
agravios por parte de los turcos.
Champartzoum Madiros tomó la iniciativa y en 1975, a los 74 años,
empezó a reconstruir la historia de su pueblo. Tardó 25 años en dar
forma a su libro, cuya versión en inglés comenzó a circular en 2003 en
Estados Unidos. Ahora, gracias a la comunidad armenia avecindada en
México, contamos con la traducción al español de ese volumen titulado
Al filo de la muerte. Las memorias de Hampartzoum Madiros Chitjian,
sobreviviente del genocidio armenio (Ficticia, AIP-PEN-KIM ediciones,
México, 507 p.), que comenzó a difundirse en marzo pasado.
En su libro de edición restringida -sólo mil ejemplares- Hampartzoum
Mardiros plasma su visión retrospectiva del paraíso perdido. Menciona
los caseríos, montañas, ríos, acantilados, iglesias, molinos; también
el aire que respiró en su infancia y adolescencia, los cantos, la
vestimenta, la comida, pero también las ruinas, los cadáveres; todo
ese universo congelado, intacto, en su memoria.
Su lucha es contra el olvido; su búsqueda, la preservación de las
tradiciones armenias, incluida su religión, el cristianismo. Sabe que
cualquier pueblo desarraigado debe reivindicar sus orígenes; puede
despojársele de su tierra, de su patria, pero nunca de su pasado, que
está hecho de recuerdos, memoria viva, testimonios.
Escribe Champartzoum:
"Cuando me encuentre cara a cara con Dios, le preguntaré: '¿cuál fue
nuestro crimen? ¿Qué habíamos hecho a tan tierna edad para merecer
esto? ¡Apenas tenía 14 años! Ese preciso momento fue la diferencia
entre la vida y la muerte para mí. Al ir corriendo tan rápido como
podía, prefería encontrarme a un turco que tuviera corazón que al
mismo Jesús que nos había abandonado de forma tan absoluta"
Ese singular viaje a la infancia del autor lo recorre la indignación,
un grito que hiere: "Mi mundo y mi corazón no podían comprenderlo. Las
enormes y destructivas consecuencias son tan incomprensibles ahora
(2002) como eran entonces (1914)".
Más: "Me había quedado petrificado, quería vomitar. Tenía apenas 14
años. Mi inocente cerebro se negaba a aceptar la profunda crueldad de
los actos bárbaros que los seres humanos son capaces de infligir en
otros.
"... No podía derramar siquiera una lágrima. Sentía un dolor intenso.
Dentro de mí, mi alma lloraba desconsolada, preguntándose '¿dónde está
Dios? ¿Por qué?'".
Memoria herida, itinerarios
Historia-silencio; memoria-grito, horror-testimonio; vacío-escritura;
sombras-vida. Itinerarios accidentados, desapego, resistencia; fuga
sin fin por geografías accidentadas, ese es el microcosmos desde el
cual Champartzoum Mardiros dibuja su mundo perdido.
Experiencia inenarrable, y sin embargo ahí está:
"Era el inicio del verano de 1917 y durante dos años y medio había
vivido como un perro perseguido, siempre intentando encontrar un alma
con conciencia que disipara mis temores de ser torturado y matado sin
piedad. El continuo aullar melancólico de los perros y su añoranza y
sus añoranzas por sus amados dueños ahondaba aún más estas
sensaciones. También ellos estaban buscando comida y temían morir de
hambre. Su llanto todavía retumba en mis oídos. ¿Cómo podría olvidar
todo lo que viví?"
La barbarie, la complicidad, la intolerancia, la indignación. Sigue
Champartzoum Mardiros:
"88 años después (de la matanza de millón y medio de armenios) aún no
termino de comprender cómo se le permitió a un gobierno tan
evidentemente enloquecido y cruel llevar a cabo tales crímenes cuando
había varios superpoderes del mundo, supuestamente civilizados,
involucrados. Ellos fueron testigos de los terribles crímenes que se
cometieron, pero le permitieron a los turcos salirse con la suya sin
ser juzgados por sus actos. ¿Dónde están las naciones cristianas?
¿Dónde están hoy? ¿Dónde están los que supuestamente defienden los
derechos humanos? ¿Dónde está la verdad? ¡Mentiras, mentiras y más
mentiras! Todo es una mentira".
Durante seis años Champartzoum Mardiros soportó la tragedia
desplazándose de una ciudad a otra sin saber de su familia. Recorrió
media Turquía hasta que cruzó la frontera con Irán y se internó en la
ciudad de Tabriz, donde, para su desencanto, la situación empeoró. Ahí
vio cómo los soldados armenios desfilaban, derrotados.
Buscó a su familia hasta que la localizó y pudo obtener el suficiente
dinero para desplazarse hacia Beirut y desde ahí volar hacia Los
Ángeles, Estados Unidos, para encontrarse con sus hermanos en 1923,
apenas terminada la barbarie de armenios en Turquía. Y lo logró, por
lo que tuvo que desplazarse a la Ciudad de México, donde residió 10
años, antes de regresar definitivamente a Estados Unidos.
Aquí se convirtió en un próspero comerciante y se casó con una
armenia llamada Ovsanna, de la provincia de Malatya, con quien procreó
dos hijos: Zaruhy y Mardiros, Mardig. Así como en Turquía fue apoyado
por el doctor Mikahil Hagopian y el arzobispo Melik Tankian; en Irán
por el kurdo Kiud Mekhitarian, en la Ciudad de México lo protegió
Gabriel Babayán, el primer armenio que llegó a nuestro país.
Y aun cuando escribió que los 10 años que vivió en la Ciudad de México
fueron los más felices de su vida, Champartzoum decidió irse a Estados
Unidos a recomponer su vida y reencontrarse con sus hermanos. Allá
experimentó otro desencanto: el charrt blanco, cuando su hijo Mardig
se casó con una estadunidense. Le resultó difícil aceptar ese
matrimonio pues, decía, la asimilación rompe con la tradición de los
armenios:
"En una generación, se había logrado una total asimilación al mundo
odar (no armenio). Habíamos logrado escapar al sangriento y salvaje
charrt de 1915. Ahora ambos habíamos quedado heridos emocionalmente
por la asimilación: ¡el charrt blanco! No hay forma de huir del charrt
blanco. Si se lo permite, el charrt blanco finalmente logrará cumplir
las aspiraciones de los salvajes y bárbaros turcos. ¿Nuestros jóvenes
deben entender esto!"
Duro golpe si se considera que él mismo expone en su libro:
"La mayoría de los armenios hacen grandes progresos como armenios y al
mismo tiempo son ciudadanos productivos y respetuosos de la ley de
cualquier país en el mundo en que viven. En un mundo globalizado, el
concepto de mosaico es un concepto más prudente que el de crisol".
Son las tribulaciones, las dudas, en este doloroso ejercicio de
memoria. Mardig murió en 1954. La vida sigue. Champatzoum Mardiros
tuvo tiempo de reconciliarse con el mundo. En 1968, por ejemplo,
acalló el grito que lo acompañó durante décadas por el abandono de la
iglesia.
Ese año, el obispo Catholicos Vaskeen I visitó Los Ángeles a oficiar
una ceremonia en el santuario más grande de la ciudad, pero se negó a
entrar en el tempo donde había una media luna y una estrella, símbolos
del oprobio turco.
"¡Siguió lo que le dijo su corazón y honró sus convicciones básicas!
Su reacción vale un millón. Fue el primer clérigo que yo conocí que
pidió públicamente venganza por su pueblo", expuso Champartzoum
Mardiros.
Al año siguiente, el autor de Al filo de la muerte viajó a la URSS y
visitó parte de la comarca armenia donde vivió sus primera dos
décadas. El paisaje y la gente revivieron el pasado y abrieron sus
heridas. Pero él siguió.
En 1975, cuando su hija Zaruhy comenzó a dar clases en Los Ángeles,
finalmente Champartzoum Mardiros comenzó a escribir sus memorias. En
el camino murieron también Bredros, su hermano mayor, su gemelo Kaspar
y su esposa Ovsanna.
En una recapitulación, el autor escribe, desconcertado por las trampas
que juega la memoria:
"Una tarde, a mediados de 1990, visité al padre de María Najarian en
el hospital armenio de Convalecencias de Ararat en Mission Hills,
California. Nació en Vasgerd, pero durante muchos años después del
charrt vivió con los kurdos en Kharpert. También él
Había olvidado su armenio y sólo hablaba en lengua kurda.
"Me di cuenta de que era más capaz de recordar nuestro pasado horrible
en kurdo que en armenio. Aunque yo nunca aprendí a hablar en kurdo,
comencé a cantarle una canción kurda que recordaba vagamente. En
cuestión de segundos se unió a mí ¡ambos tuvimos un bello momento
recordando nuestro pasado!"
Hoy, a 99 años del charrt armenio, siguen siendo válidas las palabras
de Champartzoum Mardiros: "Los armenios de todo el mundo tienen una
herida que no se curará hasta que se logre justicia. ¿Dónde está
Dios?"
Y también esta gozosa reivindicación: "Al igual que el monte Ararat,
hemos sobrevivido a la prueba del tiempo y seguiremos haciéndolo".
http://www.proceso.com.mx/?p=370525
From: Emil Lazarian | Ararat NewsPress
24 abril 2014
Sobreviviremos, como el monte Ararat
Tomás Domínguez
24 de abril de 2014
Durante décadas, Champartzoum Madiros Chitjian conservó intacta la
memoria del charrt (genocidio) armenio que, entre 1915 y 1923 acabó
con un millón y medio de sus compatriotas. Él tenía 74 años cuando
empezó a escribir su libro Al filo de la muerte. Las memorias de
Hampartzoum Madiros Chitjian, sobreviviente del genocidio armenio
(Ficticia, AIP-PEN-KIM ediciones, México, 507 p.), que comenzó a
circular en marzo pasado. Tardó 25 años en terminarlo. Hoy podemos
leer ese capítulo oprobioso de la matanza de armenios que iniciaron
las tropas turcas el 24 de abril de 1915.
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Los gemelos Kaspar y Hampartzoum
Madiros Chitjian nacieron al amanecer del siglo XX, en 1901, en un día
incierto. El primero solía celebrar su cumpleaños el 6 de enero; el
segundo lo hacía después de la semana de pascua. Ninguno de los dos
recordaba la fecha exacta de su nacimiento. Eran armenios oriundos de
la ciudad de Perri, provincia de Kharpert, no lejos del mítico monte
Ararat, donde cohabitaban con kurdos y turcos.
Tenían 14 años cuando, el 24 de abril de 1915, las tropas turcas
iniciaron la agresión sistemática contra el pueblo armenio. La
barbarie se prolongó durante seis años, al cabo de los cuales su
comunidad de 800 familias desapareció; sólo sobrevivieron algunas
decenas de habitantes, entre ellos los hermanos Chitjiar.
La mayoría de sus compatriotas emprendieron el éxodo y dejaron todo,
excepto la memoria, herida por el charrt, el genocidio infligido por
los soldados turcos cuya máxima era exterminarlos, en un vano intento
de desaparecer la milenaria cultura de los armenios.
A 99 años de ese genocidio -el primero del siglo XX, en el que fueron
masacrados un millón y medio de armenios- aún lacera a los herederos
de las víctimas, sobre todo porque el Estado turco se niega a
reconocer la matanza. Hace 10 años, en diciembre de 2004, el gobierno
de Estambul llevó incluso a juicio al escritor Ohan Pamuk, el Premio
Nobel de Literatura 2006, por declarar a un diario suizo que "en
Turquía mataron a un millón de armenios y a 30 mil kurdos".
Las autoridades acusaron a Pamuk de "insultar y debilitar la identidad
turca". Eran los tiempos en los que el gobierno de Estambul tocaba las
puertas de la Unión Europea; buscaba la modernidad y veía hacia a
Occidente, pero ocultaba el inolvidable charrt que inauguró el siglo
XX.
El testimonio
Los gemelos Chitjian lograron sobrevivir. Durante meses deambularon
por la zona, con la esperanza de que en la ciudad de Bolis -la actual
Estambul- sus paisanos o conocidos les dieran noticia de sus
familiares radicados en Estados Unidos y les enviaran el pasaporte
para viajar a ese país.
Casi todos los armenios tenían parientes allá, sobre todo varones,
quienes habían huido de sus pueblos para evitar que el ejército turco
los enrolara. Kaspar y Champarzoum Madiros se separaron, cada quien
siguió su itinerario. Tardaron lustros en reencontrarse en el exilio
estadunidense para recomponer la vida y volver a tejer el memorial de
agravios por parte de los turcos.
Champartzoum Madiros tomó la iniciativa y en 1975, a los 74 años,
empezó a reconstruir la historia de su pueblo. Tardó 25 años en dar
forma a su libro, cuya versión en inglés comenzó a circular en 2003 en
Estados Unidos. Ahora, gracias a la comunidad armenia avecindada en
México, contamos con la traducción al español de ese volumen titulado
Al filo de la muerte. Las memorias de Hampartzoum Madiros Chitjian,
sobreviviente del genocidio armenio (Ficticia, AIP-PEN-KIM ediciones,
México, 507 p.), que comenzó a difundirse en marzo pasado.
En su libro de edición restringida -sólo mil ejemplares- Hampartzoum
Mardiros plasma su visión retrospectiva del paraíso perdido. Menciona
los caseríos, montañas, ríos, acantilados, iglesias, molinos; también
el aire que respiró en su infancia y adolescencia, los cantos, la
vestimenta, la comida, pero también las ruinas, los cadáveres; todo
ese universo congelado, intacto, en su memoria.
Su lucha es contra el olvido; su búsqueda, la preservación de las
tradiciones armenias, incluida su religión, el cristianismo. Sabe que
cualquier pueblo desarraigado debe reivindicar sus orígenes; puede
despojársele de su tierra, de su patria, pero nunca de su pasado, que
está hecho de recuerdos, memoria viva, testimonios.
Escribe Champartzoum:
"Cuando me encuentre cara a cara con Dios, le preguntaré: '¿cuál fue
nuestro crimen? ¿Qué habíamos hecho a tan tierna edad para merecer
esto? ¡Apenas tenía 14 años! Ese preciso momento fue la diferencia
entre la vida y la muerte para mí. Al ir corriendo tan rápido como
podía, prefería encontrarme a un turco que tuviera corazón que al
mismo Jesús que nos había abandonado de forma tan absoluta"
Ese singular viaje a la infancia del autor lo recorre la indignación,
un grito que hiere: "Mi mundo y mi corazón no podían comprenderlo. Las
enormes y destructivas consecuencias son tan incomprensibles ahora
(2002) como eran entonces (1914)".
Más: "Me había quedado petrificado, quería vomitar. Tenía apenas 14
años. Mi inocente cerebro se negaba a aceptar la profunda crueldad de
los actos bárbaros que los seres humanos son capaces de infligir en
otros.
"... No podía derramar siquiera una lágrima. Sentía un dolor intenso.
Dentro de mí, mi alma lloraba desconsolada, preguntándose '¿dónde está
Dios? ¿Por qué?'".
Memoria herida, itinerarios
Historia-silencio; memoria-grito, horror-testimonio; vacío-escritura;
sombras-vida. Itinerarios accidentados, desapego, resistencia; fuga
sin fin por geografías accidentadas, ese es el microcosmos desde el
cual Champartzoum Mardiros dibuja su mundo perdido.
Experiencia inenarrable, y sin embargo ahí está:
"Era el inicio del verano de 1917 y durante dos años y medio había
vivido como un perro perseguido, siempre intentando encontrar un alma
con conciencia que disipara mis temores de ser torturado y matado sin
piedad. El continuo aullar melancólico de los perros y su añoranza y
sus añoranzas por sus amados dueños ahondaba aún más estas
sensaciones. También ellos estaban buscando comida y temían morir de
hambre. Su llanto todavía retumba en mis oídos. ¿Cómo podría olvidar
todo lo que viví?"
La barbarie, la complicidad, la intolerancia, la indignación. Sigue
Champartzoum Mardiros:
"88 años después (de la matanza de millón y medio de armenios) aún no
termino de comprender cómo se le permitió a un gobierno tan
evidentemente enloquecido y cruel llevar a cabo tales crímenes cuando
había varios superpoderes del mundo, supuestamente civilizados,
involucrados. Ellos fueron testigos de los terribles crímenes que se
cometieron, pero le permitieron a los turcos salirse con la suya sin
ser juzgados por sus actos. ¿Dónde están las naciones cristianas?
¿Dónde están hoy? ¿Dónde están los que supuestamente defienden los
derechos humanos? ¿Dónde está la verdad? ¡Mentiras, mentiras y más
mentiras! Todo es una mentira".
Durante seis años Champartzoum Mardiros soportó la tragedia
desplazándose de una ciudad a otra sin saber de su familia. Recorrió
media Turquía hasta que cruzó la frontera con Irán y se internó en la
ciudad de Tabriz, donde, para su desencanto, la situación empeoró. Ahí
vio cómo los soldados armenios desfilaban, derrotados.
Buscó a su familia hasta que la localizó y pudo obtener el suficiente
dinero para desplazarse hacia Beirut y desde ahí volar hacia Los
Ángeles, Estados Unidos, para encontrarse con sus hermanos en 1923,
apenas terminada la barbarie de armenios en Turquía. Y lo logró, por
lo que tuvo que desplazarse a la Ciudad de México, donde residió 10
años, antes de regresar definitivamente a Estados Unidos.
Aquí se convirtió en un próspero comerciante y se casó con una
armenia llamada Ovsanna, de la provincia de Malatya, con quien procreó
dos hijos: Zaruhy y Mardiros, Mardig. Así como en Turquía fue apoyado
por el doctor Mikahil Hagopian y el arzobispo Melik Tankian; en Irán
por el kurdo Kiud Mekhitarian, en la Ciudad de México lo protegió
Gabriel Babayán, el primer armenio que llegó a nuestro país.
Y aun cuando escribió que los 10 años que vivió en la Ciudad de México
fueron los más felices de su vida, Champartzoum decidió irse a Estados
Unidos a recomponer su vida y reencontrarse con sus hermanos. Allá
experimentó otro desencanto: el charrt blanco, cuando su hijo Mardig
se casó con una estadunidense. Le resultó difícil aceptar ese
matrimonio pues, decía, la asimilación rompe con la tradición de los
armenios:
"En una generación, se había logrado una total asimilación al mundo
odar (no armenio). Habíamos logrado escapar al sangriento y salvaje
charrt de 1915. Ahora ambos habíamos quedado heridos emocionalmente
por la asimilación: ¡el charrt blanco! No hay forma de huir del charrt
blanco. Si se lo permite, el charrt blanco finalmente logrará cumplir
las aspiraciones de los salvajes y bárbaros turcos. ¿Nuestros jóvenes
deben entender esto!"
Duro golpe si se considera que él mismo expone en su libro:
"La mayoría de los armenios hacen grandes progresos como armenios y al
mismo tiempo son ciudadanos productivos y respetuosos de la ley de
cualquier país en el mundo en que viven. En un mundo globalizado, el
concepto de mosaico es un concepto más prudente que el de crisol".
Son las tribulaciones, las dudas, en este doloroso ejercicio de
memoria. Mardig murió en 1954. La vida sigue. Champatzoum Mardiros
tuvo tiempo de reconciliarse con el mundo. En 1968, por ejemplo,
acalló el grito que lo acompañó durante décadas por el abandono de la
iglesia.
Ese año, el obispo Catholicos Vaskeen I visitó Los Ángeles a oficiar
una ceremonia en el santuario más grande de la ciudad, pero se negó a
entrar en el tempo donde había una media luna y una estrella, símbolos
del oprobio turco.
"¡Siguió lo que le dijo su corazón y honró sus convicciones básicas!
Su reacción vale un millón. Fue el primer clérigo que yo conocí que
pidió públicamente venganza por su pueblo", expuso Champartzoum
Mardiros.
Al año siguiente, el autor de Al filo de la muerte viajó a la URSS y
visitó parte de la comarca armenia donde vivió sus primera dos
décadas. El paisaje y la gente revivieron el pasado y abrieron sus
heridas. Pero él siguió.
En 1975, cuando su hija Zaruhy comenzó a dar clases en Los Ángeles,
finalmente Champartzoum Mardiros comenzó a escribir sus memorias. En
el camino murieron también Bredros, su hermano mayor, su gemelo Kaspar
y su esposa Ovsanna.
En una recapitulación, el autor escribe, desconcertado por las trampas
que juega la memoria:
"Una tarde, a mediados de 1990, visité al padre de María Najarian en
el hospital armenio de Convalecencias de Ararat en Mission Hills,
California. Nació en Vasgerd, pero durante muchos años después del
charrt vivió con los kurdos en Kharpert. También él
Había olvidado su armenio y sólo hablaba en lengua kurda.
"Me di cuenta de que era más capaz de recordar nuestro pasado horrible
en kurdo que en armenio. Aunque yo nunca aprendí a hablar en kurdo,
comencé a cantarle una canción kurda que recordaba vagamente. En
cuestión de segundos se unió a mí ¡ambos tuvimos un bello momento
recordando nuestro pasado!"
Hoy, a 99 años del charrt armenio, siguen siendo válidas las palabras
de Champartzoum Mardiros: "Los armenios de todo el mundo tienen una
herida que no se curará hasta que se logre justicia. ¿Dónde está
Dios?"
Y también esta gozosa reivindicación: "Al igual que el monte Ararat,
hemos sobrevivido a la prueba del tiempo y seguiremos haciéndolo".
http://www.proceso.com.mx/?p=370525
From: Emil Lazarian | Ararat NewsPress