Gaceta Mercantil.com, Argentina
4 abril 2015
Armenia, el primer genocidio del siglo XX
La determinación del genocidio correspondió al Gobierno nacionalista
de los jóvenes turcos, quienes en la revolución constitucionalista de
1908 parecieron compartir la idea de una ciudadanía igualitaria con
las minorías étnico-religiosas (griegos, armenios, judíos).
Por Sylvina Walger
La Argentina, país del amor y la telenovela si los hay, vive hoy
embrujada siguiendo los avatares de la telenovela turca "Las Mil y una
Noches", que Canal 13 publicita las 24 horas del día. Una vulgar
historia de amor que salvo sus bellísìmos paisajes no aporta nada que
no se conozca sobre el género. No solo no aporta nada. Además, miente
sobre la historia de Turquía y oculta deliberadamente el genocidio de
los turcos contra los armenios.
La historia de un país cruel y sanguinario, machista y de costumbres
anacrónicas que un día se cansó de una de sus minorías (aunque la
embajada de Armenia se haya cansado de enviar gacetillas a los medios
pidiendo que no se oculte la verdad), y los convirtió en picadillo de
carne. De aquello se cumplen 100 años en estos días.
Obviamente de esto no se habla en "Las Mil y una Noches", porque los
turcos son buenos, patriotas y, sobre todo, con madres pocos
posesivas. Por si fuera poco tratan divinamente a sus criados y
cultivan la mexicana costumbre de casa grande y casa chica.
El español Antonio Elorza, catedrático de Ciencia Polìtica, escribió
"El primer genocidio del siglo XX", un corto ensayo que aclara muy
bien el sentido de la palabra genocidio (un tanto distante de las
interpretaciones de Cristina y sus añosas cortesanas), así sobre cómo
evolucionó y finalmente se llegó a semiaplicar.
¿Quién habla hoy aún del exterminio de los armenios?" La pregunta de
Adolf Hitler, pronunciada el 22 de agosto de 1939, aludía a la
inminente campaña de Polonia y anunciaba la dimensión genocida de su
política de guerra, culminada con la "Shoah".
"Años antes -apunta Elorza-, la matanza de los armenios había herido
la sensibilidad de un joven judeopolaco, Rafael Lemkin, quien en lo
sucesivo emplearía todos sus esfuerzos para crear una normativa
internacional dirigida a impedir la repetición de tales crímenes. Más
aún tras subir Hitler al poder. No lo consiguió y ello supuso que en
Nuremberg los crímenes nazis fueran condenados desde la inseguridad de
normas establecidas ex post facto. Y a pesar de que Lemkin obtuvo la
sanción por la comunidad internacional del crimen de genocidio,
tampoco ese logro personal significó la puesta en marcha de una
jurisdicción universal efectiva para su castigo, salvo en casos de
debilidad del Estado culpable (Ruanda, Serbia)".
La tragedia armenia de 1915 "responde puntualmente a la definición del
genocidio por Lemkin" porque "fue la puesta en práctica de un conjunto
de acciones criminales, con el propósito logrado de destruir un
pueblo, a partir de un plan preconcebido desde supuestos ideológicos
racistas y con medidas complementarias del aniquilamiento físico,
tales como una expropiación generalizada", continúa el experto.
"El procedimiento empleado -relata- consistió en conjugar la
eliminación sistemática de la población masculina con una deportación
masiva de ancianos, mujeres y niños, obligados a recorrer a pie
cientos de kilómetros, en verano y en el secarral anatolio, sin apenas
recursos y sometidos a las agresiones de paramilitares, bandas kurdas
y de los propios guardianes.
Para acabar en campos de concentración (Alepo) o de exterminio
(Deir-es-Zor). El balance más aceptado habla de 1,2 millones de
muertos sobre una población previa superior a dos millones. Al término
de la Guerra Mundial, con el Imperio derrotado, las autoridades
otomanas hacían una estimación de 800.000 víctimas. Mustafá Kemal
admitió la cifra y condenó 'el exterminio de los armenios'".
La determinación del genocidio correspondió al Gobierno nacionalista
de los jóvenes turcos, quienes en la revolución constitucionalista de
1908 parecieron compartir la idea de una ciudadanía igualitaria con
las minorías étnico-religiosas (griegos, armenios, judíos).
"Hasta entonces, estas convivían bajo la autocracia del sultán en una
situación de pluralismo subordinado, porque del mismo modo que existía
la superioridad del estamento militar (askari) sobre la masa civil
(reaya, literalmente "el rebaño"), en el plano jurídico la población
musulmana (turca) prevalecía sobre las minorías, calificadas
peyorativamente hasta hoy como yaurs ("infieles").
La "tolerancia otomana", señala Elorza, "tenía además la contrapartida
de que cualquier disidencia frente a su dominación desencadenaba una
acción punitiva implacable. Las insurrecciones nacionalistas del siglo
XIX en los Balcanes fueron la ocasión para comprobarlo, y generaron de
paso una creciente desconfianza frente a los armenios, cuyo núcleo
principal de asentamiento, al margen de Constantinopla, se encontraba
aislado en Anatolia oriental.
De ahí que cuando el Congreso de Berlín, por el artículo 61, conminó
al sultán Abdulhamid II a otorgar reformas a los armenios y
protegerlos de kurdos y circasianos, el resultado acabó siendo el
contrario. Allí donde se esperaban reformas, lo que hubo en 1894-1896
fueron matanzas con decenas de miles de víctimas, repetidas en 1909".
"Además el proyecto de modernización política de los jóvenes turcos
pronto rechazó el pluralismo, para imponer, desde un nacionalismo
militarista, una sociedad turca racial y culturalmente homogénea.
Turquismo e islamismo eran los dos pilares en la concepción del
ideólogo del movimiento, Ziya Gökalp, autor citado por Erdogan.
Las minorías habían de aceptar la superioridad del hombre turco; en
caso contrario, la 'nación dominante' se liberaría de 'elementos cuya
deslealtad era evidente', protegiéndose así de los 'pueblos
extranjeros' habitantes del Imperio.
El principio de la política genocida quedaba asentado. Únicamente
faltaba que la derrota otomana por los Estados balcánicos en la guerra
de 1912-1913 provocase un éxodo de musulmanes a Anatolia y la
consiguiente frustración del vértice militar joven turco, para que el
odio al yaur se tradujese en voluntad de aniquilamiento. Así fue como
sus líderes, Enver Pachá y Talt Pachá, en el Gobierno tras la derrota
y fieles a la ideología racista, vieron en la entrada del Imperio en
la gran guerra la oportunidad para su ejecución".
La única mujer que pudo huir, Zabel Yesayan, en marzo de 1915, murió
en 1940 en el Gulag. La comunidad quedaba descabezada. El 27 de mayo,
por iniciativa de Talt, ministro del Interior, el Gobierno decide la
deportación general para los armenios en Anatolia oriental. Pero el
proceso se inicia mucho antes, en enero-febrero de 1914, cuando Enver
Pachá, ministro de la guerra, crea la Organización Especial (OE),
formación paramilitar antiseparatista.
Los griegos serían sus primeros blancos. A partir de finales de 1914
se suceden hechos precursores de un aniquilamiento masivo en el marco
de las deportaciones, del cual han quedado abrumadores testimonios de
misioneros y cónsules neutrales, incluso de los aliados alemanes.
Talt Pachá se lo explicó al embajador estadounidense Henry
Morgenthau: "Hemos liquidado ya la situación de las tres cuartas
partes de los armenios"; "No queremos ver armenios en Anatolia; pueden
vivir en el desierto, pero no en otra parte".
El 24 de mayo de 1915, Inglaterra, Francia y Rusia habían anunciado al
Gobierno otomano su propósito de castigar los crímenes cometidos
"contra la humanidad y la civilización". Habia llegado la hora con la
derrota otomana. Como consecuencia, tras el armisticio de octubre de
1918, los aliados se propusieron establecer un tribunal internacional
para esos crímenes, ahora incrementados exponencialmente en número,
pero los desacuerdos en la composición y en la base jurídica, anuncio
de lo que ocurriría en Nuremberg, anularon el intento.
Tocó a la justicia otomana reconocer el carácter criminal de las
matanzas, su terrible volumen, y castigar a los culpables. Más tarde
no faltó el epílogo de los miles de griegos y armenios asesinados y
deportados tras la ocupación de la yaur Esmirna, en septiembre de
1922, una vez vencida la invasión griega. Kemal fue aquí testigo
pasivo.
La deriva autoritaria de Erdogan. El Gobierno nacionalista fue el
responsable de la decisión que condujo a la masacre. "Dos destacados
intelectuales, el novelista Orhan Pamuk (Premio Nobel de literatura
ante el odio de su país) y el periodista turco-armenio Hrant Dink
(asesinado a tiros en 2007 por sus ideas), se preguntaban hace una
década por la inexplicable negativa de la Turquía democrática a
reconocer el exterminio armenio. Admitirlo en 1920 hubiese sido
suicida, puesto que equivalía a legitimar la desmembración de Turquía,
pero esa razón no era válida un siglo más tarde.
¿Por qué identificarse con los crímenes de unos antepasados, que
además no fueron todos los antepasados, ya que la primera condena de
las matanzas y de sus culpables corrió a cargo de consejos de guerra
otomanos, e incluso Kemal la refrendó en octubre de 1919 al exigir la
exclusión "de los unionistas y personas que se mancharon con los actos
depravados de la deportación y de la matanza?".
Pero Dink fue asesinado en 2007 y Pamuk sufrió acusaciones y una
durísima campaña como enemigo de "la dignidad de la nación". Sus
ideas, no obstante, avanzaron. El alcalde de Kars, hoy una ciudad
turca, antes armenia, levantó una "estatua de la humanidad" por la
reconciliación de ambas naciones. Erdogan impulsó su demolición, y
ahora remite el tema a unos archivos depurados desde 1918.
A un siglo de la masacre, Turquía pretende seguir tapándola. Las
fuerzas reaccionarias avanzan y el publicitado laicismo moderno
amenaza con quedar sepultado bajo nuevas razones de Estado, avaladas
encima por potencias occidentales que ven en Ankara a un régimen
moderado frente al avance de las nuevas falanges del Estado Islámico o
de Boko Haram.
http://www.gacetamercantil.com/notas/73749/armenia-primer-genocidio-del-siglo-xx-.html
4 abril 2015
Armenia, el primer genocidio del siglo XX
La determinación del genocidio correspondió al Gobierno nacionalista
de los jóvenes turcos, quienes en la revolución constitucionalista de
1908 parecieron compartir la idea de una ciudadanía igualitaria con
las minorías étnico-religiosas (griegos, armenios, judíos).
Por Sylvina Walger
La Argentina, país del amor y la telenovela si los hay, vive hoy
embrujada siguiendo los avatares de la telenovela turca "Las Mil y una
Noches", que Canal 13 publicita las 24 horas del día. Una vulgar
historia de amor que salvo sus bellísìmos paisajes no aporta nada que
no se conozca sobre el género. No solo no aporta nada. Además, miente
sobre la historia de Turquía y oculta deliberadamente el genocidio de
los turcos contra los armenios.
La historia de un país cruel y sanguinario, machista y de costumbres
anacrónicas que un día se cansó de una de sus minorías (aunque la
embajada de Armenia se haya cansado de enviar gacetillas a los medios
pidiendo que no se oculte la verdad), y los convirtió en picadillo de
carne. De aquello se cumplen 100 años en estos días.
Obviamente de esto no se habla en "Las Mil y una Noches", porque los
turcos son buenos, patriotas y, sobre todo, con madres pocos
posesivas. Por si fuera poco tratan divinamente a sus criados y
cultivan la mexicana costumbre de casa grande y casa chica.
El español Antonio Elorza, catedrático de Ciencia Polìtica, escribió
"El primer genocidio del siglo XX", un corto ensayo que aclara muy
bien el sentido de la palabra genocidio (un tanto distante de las
interpretaciones de Cristina y sus añosas cortesanas), así sobre cómo
evolucionó y finalmente se llegó a semiaplicar.
¿Quién habla hoy aún del exterminio de los armenios?" La pregunta de
Adolf Hitler, pronunciada el 22 de agosto de 1939, aludía a la
inminente campaña de Polonia y anunciaba la dimensión genocida de su
política de guerra, culminada con la "Shoah".
"Años antes -apunta Elorza-, la matanza de los armenios había herido
la sensibilidad de un joven judeopolaco, Rafael Lemkin, quien en lo
sucesivo emplearía todos sus esfuerzos para crear una normativa
internacional dirigida a impedir la repetición de tales crímenes. Más
aún tras subir Hitler al poder. No lo consiguió y ello supuso que en
Nuremberg los crímenes nazis fueran condenados desde la inseguridad de
normas establecidas ex post facto. Y a pesar de que Lemkin obtuvo la
sanción por la comunidad internacional del crimen de genocidio,
tampoco ese logro personal significó la puesta en marcha de una
jurisdicción universal efectiva para su castigo, salvo en casos de
debilidad del Estado culpable (Ruanda, Serbia)".
La tragedia armenia de 1915 "responde puntualmente a la definición del
genocidio por Lemkin" porque "fue la puesta en práctica de un conjunto
de acciones criminales, con el propósito logrado de destruir un
pueblo, a partir de un plan preconcebido desde supuestos ideológicos
racistas y con medidas complementarias del aniquilamiento físico,
tales como una expropiación generalizada", continúa el experto.
"El procedimiento empleado -relata- consistió en conjugar la
eliminación sistemática de la población masculina con una deportación
masiva de ancianos, mujeres y niños, obligados a recorrer a pie
cientos de kilómetros, en verano y en el secarral anatolio, sin apenas
recursos y sometidos a las agresiones de paramilitares, bandas kurdas
y de los propios guardianes.
Para acabar en campos de concentración (Alepo) o de exterminio
(Deir-es-Zor). El balance más aceptado habla de 1,2 millones de
muertos sobre una población previa superior a dos millones. Al término
de la Guerra Mundial, con el Imperio derrotado, las autoridades
otomanas hacían una estimación de 800.000 víctimas. Mustafá Kemal
admitió la cifra y condenó 'el exterminio de los armenios'".
La determinación del genocidio correspondió al Gobierno nacionalista
de los jóvenes turcos, quienes en la revolución constitucionalista de
1908 parecieron compartir la idea de una ciudadanía igualitaria con
las minorías étnico-religiosas (griegos, armenios, judíos).
"Hasta entonces, estas convivían bajo la autocracia del sultán en una
situación de pluralismo subordinado, porque del mismo modo que existía
la superioridad del estamento militar (askari) sobre la masa civil
(reaya, literalmente "el rebaño"), en el plano jurídico la población
musulmana (turca) prevalecía sobre las minorías, calificadas
peyorativamente hasta hoy como yaurs ("infieles").
La "tolerancia otomana", señala Elorza, "tenía además la contrapartida
de que cualquier disidencia frente a su dominación desencadenaba una
acción punitiva implacable. Las insurrecciones nacionalistas del siglo
XIX en los Balcanes fueron la ocasión para comprobarlo, y generaron de
paso una creciente desconfianza frente a los armenios, cuyo núcleo
principal de asentamiento, al margen de Constantinopla, se encontraba
aislado en Anatolia oriental.
De ahí que cuando el Congreso de Berlín, por el artículo 61, conminó
al sultán Abdulhamid II a otorgar reformas a los armenios y
protegerlos de kurdos y circasianos, el resultado acabó siendo el
contrario. Allí donde se esperaban reformas, lo que hubo en 1894-1896
fueron matanzas con decenas de miles de víctimas, repetidas en 1909".
"Además el proyecto de modernización política de los jóvenes turcos
pronto rechazó el pluralismo, para imponer, desde un nacionalismo
militarista, una sociedad turca racial y culturalmente homogénea.
Turquismo e islamismo eran los dos pilares en la concepción del
ideólogo del movimiento, Ziya Gökalp, autor citado por Erdogan.
Las minorías habían de aceptar la superioridad del hombre turco; en
caso contrario, la 'nación dominante' se liberaría de 'elementos cuya
deslealtad era evidente', protegiéndose así de los 'pueblos
extranjeros' habitantes del Imperio.
El principio de la política genocida quedaba asentado. Únicamente
faltaba que la derrota otomana por los Estados balcánicos en la guerra
de 1912-1913 provocase un éxodo de musulmanes a Anatolia y la
consiguiente frustración del vértice militar joven turco, para que el
odio al yaur se tradujese en voluntad de aniquilamiento. Así fue como
sus líderes, Enver Pachá y Talt Pachá, en el Gobierno tras la derrota
y fieles a la ideología racista, vieron en la entrada del Imperio en
la gran guerra la oportunidad para su ejecución".
La única mujer que pudo huir, Zabel Yesayan, en marzo de 1915, murió
en 1940 en el Gulag. La comunidad quedaba descabezada. El 27 de mayo,
por iniciativa de Talt, ministro del Interior, el Gobierno decide la
deportación general para los armenios en Anatolia oriental. Pero el
proceso se inicia mucho antes, en enero-febrero de 1914, cuando Enver
Pachá, ministro de la guerra, crea la Organización Especial (OE),
formación paramilitar antiseparatista.
Los griegos serían sus primeros blancos. A partir de finales de 1914
se suceden hechos precursores de un aniquilamiento masivo en el marco
de las deportaciones, del cual han quedado abrumadores testimonios de
misioneros y cónsules neutrales, incluso de los aliados alemanes.
Talt Pachá se lo explicó al embajador estadounidense Henry
Morgenthau: "Hemos liquidado ya la situación de las tres cuartas
partes de los armenios"; "No queremos ver armenios en Anatolia; pueden
vivir en el desierto, pero no en otra parte".
El 24 de mayo de 1915, Inglaterra, Francia y Rusia habían anunciado al
Gobierno otomano su propósito de castigar los crímenes cometidos
"contra la humanidad y la civilización". Habia llegado la hora con la
derrota otomana. Como consecuencia, tras el armisticio de octubre de
1918, los aliados se propusieron establecer un tribunal internacional
para esos crímenes, ahora incrementados exponencialmente en número,
pero los desacuerdos en la composición y en la base jurídica, anuncio
de lo que ocurriría en Nuremberg, anularon el intento.
Tocó a la justicia otomana reconocer el carácter criminal de las
matanzas, su terrible volumen, y castigar a los culpables. Más tarde
no faltó el epílogo de los miles de griegos y armenios asesinados y
deportados tras la ocupación de la yaur Esmirna, en septiembre de
1922, una vez vencida la invasión griega. Kemal fue aquí testigo
pasivo.
La deriva autoritaria de Erdogan. El Gobierno nacionalista fue el
responsable de la decisión que condujo a la masacre. "Dos destacados
intelectuales, el novelista Orhan Pamuk (Premio Nobel de literatura
ante el odio de su país) y el periodista turco-armenio Hrant Dink
(asesinado a tiros en 2007 por sus ideas), se preguntaban hace una
década por la inexplicable negativa de la Turquía democrática a
reconocer el exterminio armenio. Admitirlo en 1920 hubiese sido
suicida, puesto que equivalía a legitimar la desmembración de Turquía,
pero esa razón no era válida un siglo más tarde.
¿Por qué identificarse con los crímenes de unos antepasados, que
además no fueron todos los antepasados, ya que la primera condena de
las matanzas y de sus culpables corrió a cargo de consejos de guerra
otomanos, e incluso Kemal la refrendó en octubre de 1919 al exigir la
exclusión "de los unionistas y personas que se mancharon con los actos
depravados de la deportación y de la matanza?".
Pero Dink fue asesinado en 2007 y Pamuk sufrió acusaciones y una
durísima campaña como enemigo de "la dignidad de la nación". Sus
ideas, no obstante, avanzaron. El alcalde de Kars, hoy una ciudad
turca, antes armenia, levantó una "estatua de la humanidad" por la
reconciliación de ambas naciones. Erdogan impulsó su demolición, y
ahora remite el tema a unos archivos depurados desde 1918.
A un siglo de la masacre, Turquía pretende seguir tapándola. Las
fuerzas reaccionarias avanzan y el publicitado laicismo moderno
amenaza con quedar sepultado bajo nuevas razones de Estado, avaladas
encima por potencias occidentales que ven en Ankara a un régimen
moderado frente al avance de las nuevas falanges del Estado Islámico o
de Boko Haram.
http://www.gacetamercantil.com/notas/73749/armenia-primer-genocidio-del-siglo-xx-.html